Pero al mirarlo —los jeans rotos, el cabello ralo, la preocupación grabada demasiado profundamente para un niño— se dio cuenta de algo horrible: Liam esperaba castigo. No ayuda. Porque eso es todo lo que la vida le había enseñado.
“Cuéntame sobre tu madre”, dijo Carter.
“Ha estado enferma durante semanas”, dijo Liam. “Traté de llevarla a una clínica, pero se desmayó anoche. No sé qué hacer”.
La Sra. Jordan intervino suavemente. “Su Señoría, el informe de los paramédicos de anoche dice que su madre rechazó el transporte. Deberíamos intentarlo de nuevo”.
Carter asintió. “Vamos a ver cómo está. Ahora”.
Condujeron hasta el Parque de Remolques Riverside, una comunidad en el borde de la ciudad donde la pobreza se aferraba a cada porche como polvo. Liam los llevó a un pequeño remolque oxidado.
Adentro, una mujer yacía en un sofá hundido, pálida y sudorosa.
“¿Mamá?”. Liam se arrodilló a su lado.
Ella abrió los ojos débilmente. “Liam… lo siento…”.
