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Estar de pie durante largos periodos sobre suelos duros, lo que aumenta la presión en los talones.
Usar zapatos o sandalias abiertos por detrás, lo que permite que la almohadilla grasa del talón se expanda hacia afuera.
El exceso de peso, que ejerce una presión adicional sobre el talón.
Afecciones como la diabetes, el eccema o el hipotiroidismo, que afectan la integridad de la piel.
El clima frío o seco, que reseca la piel.
Los factores ambientales y del estilo de vida suelen combinarse para empeorar el problema, especialmente si se descuida el cuidado adecuado de los pies.
3. Por qué las cremas hidratantes por sí solas no son suficientes
Si bien aplicar crema hidratante puede aliviar temporalmente la sequedad, es posible que no repare por completo los talones agrietados. La mayoría de las cremas solo hidratan la capa superficial de la piel y no penetran en las zonas más profundas afectadas por callosidades o fisuras.
Si los talones están cubiertos de piel dura y seca, la hidratación no se absorbe fácilmente. En estos casos, es posible que necesites cuidados adicionales, como exfoliación, baños de pies o el uso de agentes oclusivos (por ejemplo, vaselina) para retener la humedad durante la noche.
4. Hidratación y salud de la piel
Una piel sana comienza con la hidratación, tanto interna como externa. Cuando el cuerpo está deshidratado, la piel pierde elasticidad y se vuelve más propensa a agrietarse. Beber mucha agua a diario ayuda a nutrir las células de la piel desde el interior.
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Mantener una humedad adecuada en el ambiente es igualmente importante. Usar un humidificador durante los meses secos o de invierno puede ayudar a prevenir la sequedad de la piel, especialmente la de los pies.
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