“Cuando enciendes una vela Laura, la casa huele a paz”.
Una noche, recibió un mensaje.
Fue de Javier:
Laura, mamá está enferma. Te extraño. Por favor, regresa.
Se quedó mirando la pantalla durante unos segundos y escribió lentamente:
“No te arrepientes de la mujer que amaste.
Te perdiste al que podías dominar.
Pero esta mujer ya no existe.
Dejó el teléfono sobre la mesa, abrió la ventana y respiró el aire fresco de Madrid.
El cielo todavía tenía tonos rosados.
Laura sonrió.
Había perdido todo lo que era falso, pero encontró lo que era más preciado para ella: ella misma.
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