A la mañana siguiente, antes de ir a trabajar, pasó a la farmacia. Compró una prueba sin mirar a nadie, la guardó en su bolsa como si fuera un secreto peligroso. Esa noche, cuando regresaron, esperó a que Renata se durmiera y entró al baño. El corazón le latía como si fuera a salirse. Se sentó, respiró hondo, siguió las instrucciones, esperó los minutos exactos, dos rayas.
Claudia no supo si llorar o reír, solo se quedó sentada en el borde de la bañera con la prueba en la mano en completo silencio. Las dos rayitas eran claras, marcadas, sin dudas. Estaba embarazada otra vez en medio de todo, en medio de ese amor que aún caminaba con pies de plomo.
Pasaron tres días antes de que pudiera hablar con Leonardo. No encontraba el momento. Cada vez que lo veía le temblaban las manos. No quería que la noticia arruinara lo que tenían, pero sabía que callarlo era peor. Él notaba que algo pasaba.
La miraba con esos ojos que la conocían ya de memoria, con esa forma de leerla sin decir una palabra, hasta que no pudo más. Una tarde, después del almuerzo, lo llamó con la voz baja. Tienes un minuto. Siempre, dijo él con una sonrisa suave. Fueron al estudio. Claudia cerró la puerta y se quedó de pie con las manos juntas. Leonardo la miró preocupado. ¿Estás bien? Claudia asintió, pero sus ojos ya se estaban llenando de lágrimas.
Tengo que decirte algo y no sé cómo vas a reaccionar, pero necesito ser honesta. Leonardo frunció el ceño. Serio. Dime. Claudia tragó saliva. Estoy embarazada. Silencio. Me hice la prueba dos veces. Y sí, estoy esperando un bebé. Leonardo no dijo nada por varios segundos, solo la miraba fijo sin moverse. ¿Y estás segura? Sí. Otro silencio. ¿Desde cuándo lo sabes? Desde hace unos días. Pero no me atrevía a decírtelo.
Tenía miedo de que pensaras mal, de que creyeras que fue a propósito o que estoy buscando algo de ti. Leonardo se acercó despacio. La tomó de las manos. ¿Tú crees que yo pensaría eso de ti? Claudia bajó la mirada. No lo sé. Todo es tan reciente. Y con Julieta rondando y la casa y Renata. No quiero que esto nos saque del camino, pero tampoco puedo fingir que no está pasando.
Leonardo la abrazó fuerte, sin decir nada. Luego le acarició el cabello y le habló al oído. No estás sola. Esto también es mío y no me voy a ir. Claudia lloró en silencio, de alivio, de susto, de todo junto. Él la apartó un poco para verla a los ojos. ¿Ya fuiste al doctor? No, aún no. Vamos mañana. Quiero estar ahí. Ella asintió aún temblando.
¿Y si? Y si no estás listo para esto, Leonardo sonró. Nunca estuve listo para ti y aquí estoy. No me asusta ser papá otra vez. Me asusta que tú no confíes en que quiero hacerlo contigo. Claudia lo abrazó otra vez y por primera vez sintió que aunque el mundo se les viniera encima, ya no tenía que enfrentarlo sola. Lo que no sabían era que no venía uno, venían dos. Pero eso lo descubrirían muy pronto.
Desde que Claudia le confesó a Leonardo que estaba embarazada, algo cambió entre ellos. No para mal, al contrario, se volvió todo más real, más serio, más íntimo. Ya no era solo una historia de miradas y cariño escondido. Ahora había una vida nueva creciendo entre los dos. O eso creían, porque todavía no sabían que el destino tenía preparada una sorpresa aún más grande.
Leonardo insistió en acompañarla al doctor. Claudia, al principio no quería. Se sentía rara, vulnerable, con miedo de ser juzgada en un consultorio privado donde tal vez no estaba acostumbrada a entrar. Pero él fue claro, voy porque quiero, no porque tenga que hacerlo. Así que aceptó. Pidió el día libre en la casa.
Marta se quedó a cargo de Renata y José las llevó al consultorio en el auto de Leonardo. Era un lugar bonito, limpio, moderno, una clínica pequeña pero elegante. Claudia se sentía fuera de lugar con su ropa sencilla y su bolso viejo, pero Leonardo le agarró la mano y no la soltó. La doctora, una mujer amable de unos cuarent y tantos, los atendió con una sonrisa sincera.
Claudia explicó sus síntomas, las pruebas que se había hecho y el tiempo aproximado que llevaba de embarazo. La doctora asentía y tomaba nota. “Vamos a hacer un ultrasonido para revisar que todo esté bien”, dijo con calma. Claudia se recostó nerviosa. Leonardo se quedó a un lado tomándole la mano.
Cuando encendieron la máquina y la doctora empezó a mover el aparato por su abdomen, todo se quedó en silencio. Un silencio largo, tenso. “¿Está todo bien?”, preguntó Leonardo. La doctora sonríó como si estuviera guardándose una sorpresa. Sí, está muy bien. De hecho, están muy bien. Claudia frunció el ceño. ¿Cómo que están, Claudia? Dijo la doctora señalando la pantalla. Aquí hay dos sacos gestacionales. Estás esperando gemelos. El mundo se detuvo.
Claudia se quedó mirando la pantalla como si no entendiera lo que veía. Dos. No, uno. Dos corazones latiendo. Dos vidas. Leonardo abrió los ojos como plato, luego se rió, una risa nerviosa, incrédula, pero feliz. ¿Estás segura? Preguntó Claudia con voz temblorosa, totalmente segura. Son gemelos y se ven sanos. Claudia no supo si reír o llorar.
tenía la garganta cerrada, las manos frías, el pecho lleno de emociones. Leonardo se agachó y le besó la frente. “Vamos a estar bien”, le dijo sin soltarle la mano. “Esto es una bendición, no un problema.” salieron del consultorio con la cabeza hecha un torbellino.
