Entré en pánico cuando abrí la puerta de la habitación de mi hija adolescente. Lo que descubrí allí realmente me sorprendió.

Ese día aprendí una valiosa lección sobre la confianza. Claro que mi hija está creciendo, descubriendo la amistad, el amor y la compañía. Pero lo hace a su propio ritmo, con una inocencia y sinceridad que desarman.
¿Y si nuestro papel como padres, en última instancia, fuera también aceptar que no podemos controlarlo todo? Dejarlos vivir sus experiencias, mientras permanecemos como una presencia tranquilizadora, dispuestos a escuchar sin juzgar.

Desde entonces, siempre llamo a la puerta antes de entrar en su habitación. No porque tenga miedo de que me descubran, sino porque quiero demostrarle que la respeto. Y, en cierto modo, que confío en ella.

Crecer también implica aprender a confiar.
Nuestros hijos suelen crecer más rápido de lo que nos damos cuenta. Y nosotros, como padres, caminamos por la cuerda floja: entre el miedo a verlos crecer demasiado rápido y el deseo de protegerlos siempre.

Pero lo que aprendí ese día es que la confianza es una semilla que se planta muy temprano y que crece mucho mejor cuando se nutre con amabilidad y escucha.
Así que ahora, cuando los oigo reír detrás de la puerta, sonrío. Porque en el fondo sé que mi hija no solo ha crecido: se está convirtiendo en una buena persona.

Lea más en la página siguiente.