El “embarazo” que desconcertó a los médicos: ¿Qué crecía realmente dentro de esta mujer de 50 años?

El trayecto en coche fue un torbellino de agonía y miedo. Los gritos de Rosa resonaban desde la entrada del hospital mientras Ader aparcaba. Las enfermeras salieron corriendo con una camilla. «¡Tenemos a una mujer embarazada de parto!», anunció una de ellas, con los ojos muy abiertos al ver el abdomen de Rosa.

La doctora Elvira, una obstetra experimentada, tomó el mando. “¿De cuántas semanas está?”, preguntó con voz firme.

Entre lágrimas, Rosa logró decir: «No estoy embarazada». Ader le explicó rápidamente que tenía 50 años y que ya había pasado la menopausia. La calma profesional de la Dra. Elvira se quebró al colocar una mano sobre el vientre de Rosa y sentir el inconfundible movimiento. Era inusual, pero todos los demás indicios apuntaban a un embarazo a término. Una ecografía era la única manera de saberlo con certeza.

Tumbada en la camilla, Rosa observó cómo la doctora preparaba la máquina. La Dra. Elvira extendió el gel frío sobre la piel de Rosa, y al hacerlo, volvió a sentir el movimiento. Pero esta vez se dio cuenta de que no era el suave y rítmico movimiento de un bebé. Era un patrón extraño, inquietante, ondulante: rápido y constante. Un escalofrío le recorrió la espalda.

Cuando la imagen cobró vida en la pantalla, la Dra. Elvira se quedó paralizada. Sus ojos se abrieron desmesuradamente, entre la incredulidad y el horror. Había algo dentro, moviéndose con una fuerza bruta y antinatural. No era un bebé.

—¿Qué es eso, doctor? —susurró Rosa con voz temblorosa—. Por favor, ¿qué hay dentro de mí?

La doctora Elvira no respondió. Llamó en voz baja al doctor Leonel, especialista en gastroenterología. Al ver el monitor, retrocedió visiblemente. «Dios mío», murmuró. «No me lo puedo creer

Tras un pesado silencio que llenó la habitación de inquietud, el doctor Leonel finalmente habló. «Rosa, lo que tienes es un gusano».

La palabra quedó suspendida en el aire, absurda y espantosa. —¿Un gusano? —tartamudeó Ader—. Pero, doctor, ¿cómo? ¡Esa cosa es enorme!

—Tiene razón —confirmó el doctor Leonel con el rostro tenso—. No se parece en nada a un parásito normal. Creemos que ha sufrido algún tipo de mutación, creciendo cientos de veces más de lo normal. Nunca he visto nada igual. Tenemos que extirparlo de inmediato.

La cirugía era la única opción. La mujer que había pasado su vida evitando los hospitales ahora se preparaba para una operación de emergencia para extraerle un monstruoso parásito mutado. Mientras el anestesista preparaba la aguja, Rosa abrió los ojos de golpe, presa del pánico.

—No, no es eso —gritó, sobresaltando a todos—. Este dolor es diferente. No es como antes.

Antes de que nadie pudiera detenerla, saltó de la camilla. «¡Necesito ir al baño ahora mismo!», gritó, corriendo hacia un baño cercano y cerrando la puerta de golpe. El equipo médico se quedó atónito y confundido. Unos instantes después, la puerta se abrió. Rosa estaba allí, radiante, con una expresión de profundo alivio en el rostro.